En el complejo escenario de la salud pública, la lucha por reducir el consumo excesivo de sodio suma un nuevo aliado: la sal enriquecida con potasio.



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Por redacción especializada en salud |
Aunque suene a detalle técnico, puede ser un punto de inflexión para mejorar la calidad de vida y prevenir miles de muertes prematuras. Pero para que esta alternativa gane terreno, no basta con dejar la decisión en manos del consumidor. Hacen falta políticas claras, bien definidas, que se apliquen con firmeza y cuenten con seguimiento.
La experiencia muestra que cuando hay reglas del juego claras, la respuesta de la sociedad mejora notablemente. Sin una estructura sólida desde lo institucional, los esfuerzos individuales, por más buena voluntad que haya, no alcanzan para cambiar hábitos tan arraigados como el consumo de sal común.
En este contexto, las campañas de concientización juegan un rol fundamental. Es necesario informar a la población sobre los beneficios de la sal con potasio, y también despejar ciertos prejuicios o miedos injustificados. Porque si la gente no entiende por qué es mejor, simplemente no la elige.
Pero la información no lo es todo: también hay que hablar de bolsillo. Si bien la diferencia de precio entre la sal tradicional y la enriquecida es mínima, ese “poquito más” puede marcar una gran diferencia en los sectores de menores ingresos. Y ahí es donde el Estado puede y debe intervenir, ya sea con subsidios o regulaciones que garanticen que esta opción saludable sea accesible para todos, no solo para quienes pueden pagarla.
El ejemplo del Reino Unido con el impuesto al azúcar en 2018 es una lección valiosa: cuando el gobierno toma medidas valientes, los resultados se ven en el plato. Por eso, es clave que organismos como el Instituto Nacional para la Excelencia en Salud y Atención incorporen las últimas evidencias científicas sobre sustitutos de sal en sus recomendaciones clínicas. Se trata de articular una estrategia coherente entre lo que se prescribe, lo que se comunica y lo que se ofrece en las góndolas.
La recomendación reciente de la Organización Mundial de la Salud sobre los sustitutos de sal marca un antes y un después. La sal con potasio no es solo una moda o una tendencia gourmet: es una herramienta concreta, viable y escalable para reducir el consumo de sodio y sus consecuencias. En países donde los avances se estancaron, como el Reino Unido, esta innovación puede reactivar el cambio.
Con voluntad política, regulación inteligente y una ciudadanía bien informada, es posible construir un futuro más sano. No se trata solo de cambiar de salero, sino de cambiar el rumbo. Y la oportunidad está servida.