“El Papa Francisco se nos fue en Semana Santa: un adiós con olor a pueblo y corazón de barrio”

VATICANO– Ayer, mientras los fieles guardaban ramos de olivo y los primeros fríos del otoño europeo se colaban en la Plaza San Pedro, el Papa Francisco, ese cura de Flores con pinta de abuelo sabio, cerró los ojos para siempre.

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Murió como vivió: entre la gente, en plena Pascua, y con esa mezcla de sencillez y firmeza que lo hizo único. El Vaticano ya activó el protocolo “Sede Vacante”, pero acá en el conurbano y en cada villa del país, lo que se siente es otra cosa: el duelo de perder al “Tano” que llegó a ser Padre de la Iglesia.

“El último gesto: saludar desde la silla, sin oxígeno pero con alma”

Apenas el domingo, Francisco había sorprendido al mundo apareciendo en la misa de Ramos. Sin las cánulas que lo acompañaron tras la neumonía, en silla de ruedas pero con la sonrisa intacta, tiró un “Buena Semana Santa” que hoy suena a despedida. “Era él hasta el final: ni un lamento, pura fe”, contaba emocionado Roberto Dabusti, su exsecretario de prensa, en Rivadavia. Hasta le mandó un mensaje escrito a mano el viernes, “pidiendo perdón por no responder él mismo”.

El cuerpo ya está en la Basílica, en un ataúd simple —como él pidió—, lejos de los tres féretros de antes. “Nada de lujos, che”, parece decir desde algún lado.

“De ‘representante del maligno’ a ‘el argentino más importante’: la vuelta de Milei”

Qué ironía, ¿no? El mismo Javier Milei que en 2022 lo puteaba en Twitter —”¡Populista! ¡Aliado del mal!”— terminó comiendo crowdfunding espiritual. Tras ganar las elecciones, la llamada del Papa lo hizo recapacitar: “Es el líder moral de los católicos”, admitió después del encuentro en el Vaticano. Ayer, el Gobierno decretó siete días de duelo y tiró un comunicado en latín —”Requiem aeternam”— que hubiera hecho reír a Bergoglio: “Seguro diría ‘¡Dejen el verso y ayuden a los pobres!'”, bromea un cura amigo.

“El legado: reformas, líos con los conservadores y un mensaje claro”

Francisco no fue un Papa de escritorio. Le metió mano a la Curia —”¡Que entren las mujeres!”—, peleó con los cardenales trajeados y hasta cambió los ritos funerarios papales —”Basta de ataúdes triples”—. Pero su marca fue otra: “La Iglesia tiene que oler a oveja, no a perfume caro”. Lo dijo y lo hizo: visitó villas, abrazó enfermos y hasta se mandó 45 viajes, incluido uno épico por Asia. “Era un tipo que incomodaba, pero con razón”, resume Dabusti.

“El último pedido: ‘Entiérrenme lejos del Vaticano'”

Quiso que lo sepultaran en una iglesia humilde, donde había ido a rezar después de su internación. “Llevó rosas a la Virgen como cualquier vecino”, cuentan. Hoy, mientras el cónclave prepara el humo blanco, en Argentina ya se lo llora con mate y facturas. “Se nos fue un tipo que, más que Papa, fue un cura de barrio que nunca se olvidó de dónde venía”.

EPÍLOGO: Dicen que anoche, en Flores, alguien pintó en una pared: “Francisco, el cielo es tuyo… pero la 115 sigue siendo de San Lorenzo”. Cosas de argentinos.